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EL DESAPEGO

Lo que he aprendido sobre el desapego:

No consiste en mantener una actitud individualista o pasiva ante las personas o acontecimientos que nos rodean. Quien alcanza el desapego, lejos de ésta actitud, lo que consigue es un sentir más amplio, más generalizado y que alcanza a todos los seres sintientes sin excepción. No debemos olvidar que el desarrollo espiritual trae como consecuencia un aumento de la sensibilidad. En qué consiste entonces la actitud de la persona desapegada, pues su diferenciación estriba en que ha superado las “aversiones” y los “apegos”. O como se podría decir con otras palabras, la persona desapegada está por encima de los pares de opuestos, que por definición constituye el mundo aparente o fenoménico. El pecado de la separatividad, la falacia de las apariencias, la fatua búsqueda de la felicidad, basada en la consecución de objetivos materiales, ese campo de acción en definitiva donde se ubica el centro de conciencia de la gran mayoría de la humanidad. Lejos de la confusión que producen los sentidos o del astralismo que todo lo impregna, el verdadero desapegado acepta sin conflicto cuales sean las circunstancias que le depare la vida y fluye con el desarrollo natural de los acontecimientos. Habiendo comprendido la impermanencia y transitoriedad de cuanto le rodea, no lucha, no genera tensión, se mantiene en profunda armonía en el centro de su verdadero yo, su yo interno. Fuera de este Yo, el hombre desapegado no quiere ni aspira a nada más. Vive, trabaja, recoge los frutos de la cosecha que su pequeño yo, o su yo no-real también llamado su yo personal o personalidad, se preocupa de sembrar y cuidar. Lo acepta como parte de la ley que rige los principios de manifestación y a la que con gusto se somete. Entiende que el proceso forma parte de la Vida misma, y por tanto no se empeña en la obtención de nuevas y mejores tierras, no sufre cuando llega la helada o las tempranas tormentas, no anhela la cosecha cuando es tiempo de ocuparse del riego o la siembra, en definitiva, no desespera inútilmente pues acepta los acontecimientos tal y como llegan, nada rechaza y a nada se apega. De aquí podríamos aventurar una idea más, que la consecución del estado de desapego implica una trascendencia o superación de ese ego o yo no-real. Alcanzado este estado de conciencia (pues todo en definitiva se reduce a diferentes grados de conciencia), aspectos como “sentirse ofendido por algo”, “sentirse dolido, o herido en el amor propio” pierden todo su significado. Quién es realmente el que se ofende, o siente dolor. Las personas desapegadas, libres pues de estos emocionalismos vanos, son más efectivas en el servicio. Se dedican, superada las trampa de los pensamientos, sentimientos y actitudes ególatras, a llevar a cabo con diligencia, armonía y ecuanimidad cualesquiera tareas que les sugiera su yo interno.

El trabajo diario de meditación y recapitulación vespertina nos permite encontrar las vías de liberación para nuestras almas aprisionadas. Nos permite descubrir los múltiples aspectos en nosotros mismos sobre los que podemos actuar y que generan tanto sufrimiento y derroche de energía a nuestro alrededor. Como puedan ser, por poner un ejemplo, esos brotes de ira o cólera, que nos permitimos agiten todo nuestro cuerpo y contaminen el ambiente circundante, tan sólo porque ciertos asuntos no se resuelven como esperábamos, o simplemente porque no nos gustan y en lugar de aceptarlos, amoldarnos a ellos y/o buscar otras vías para integrarlos o superarlos, nos dejamos llevar por rabietas inútiles, con las cuales, desde luego, nada conseguimos. La persona desapegada ha eliminado al “tirano” que se oculta en la sombra de sí mismo. Ha logrado esa vía de liberación de la que hablábamos que le permite tomar conciencia de su verdadero ser y de su fin o propósito último. Y es en la recuperación en nuestra conciencia de este estado de armonía perfecta del que estamos hablando, cuando somos realmente libres. Libres de elegir, libres de aceptar los resultados y efectos que deriven de estas elecciones, libres de expresar nuestra verdadera naturaleza de amor, libres de asumir nuestro glorioso destino, libres de desarrollar nuestra labor de redención.

Esther