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HACIA LA TOLERANCIA Y LA COMPRENSIÓN

El camino hacia la integración mundial no es un camino sencillo ni libre de obstáculos, es más bien un camino sinuoso y que recorre varios laberintos antes de poder llegar a las primeras metas identificadas.   Hoy las sociedades del mundo miran con recelo a sus vecinos; aun cuando el temor a las guerras nucleares disminuyó grandemente con el término de la guerra fría, los nuevos panoramas de las relaciones internacionales oscurecen de pronto el horizonte ante el temor del terrorismo mundial, del narcotráfico, de los movimientos fundamentalistas, o bien de la relativa facilidad con que ahora muchos gobiernos podrían iniciar pequeñas guerras en donde pueden llegar a usar armas nucleares.

La capacidad tecnológica del hombre creció de manera tan rápida que no dio tiempo a que la moral humana se preparara para los desafíos que hoy enfrenta: la sobrepoblación, la hambruna mundial, las crisis de los países pobres, el SIDA y la inestabilidad climática que golpea fuertemente a algunos países.   Todo esto hace pensar al hombre que los fantasmas del horror y la tragedia aún deambulan por la superficie del planeta. 

Pero el hombre desconoce que su mayor enemigo es el propio hombre, el hombre no reconoce el peligro que encierra el buscar aislar a los pueblos unos de los otros, el buscar preservar las razas unas sobre las otras, el buscar cerrar las fronteras, el buscar cerrar las familias, el buscar cerrar las religiones para evitar una potencial contaminación; pensar así es ir en contra de los tiempos, de la evolución, es ir en contra del Plan Maestro.

Es ingenuo e iluso aquel que pretende erigir una raza pura o establecer un culto como única verdad absoluta por encima de las demás, o el que pretende elevar a un pueblo por encima del resto.

Porque el universo no trabaja así, la naturaleza se encarga de equilibrar las fuerzas, de combinar los factores, para que a la postre los nuevos individuos surjan mas cercanos a una perfección.

Y entender la perfección en la naturaleza, es entender el principio del equilibrio y de la armonía universal.

La clave para sembrar correctamente todos estos principios se encuentra en la educación infantil.

Cercano está el día en que los hijos de los hombres crezcan libres de miedos y de odios y crezcan con el corazón abierto para sus hermanos, sin importar la raza, el color o el estatus social.   El día llegará en que esos niños crezcan y formen una sociedad libre de conflictos internos y que pueda levantar la mano para ordenar un alto al fuego en cualquier lugar del mundo en donde se desarrollen peleas sin sentido.

Pueblos que han luchado desde siempre por el derecho a una tierra, mientras que otros luchan por recuperar lo que sienten que les ha sido quitado; pueblos separados por doctrinas milenarias marcados por una herida que no deja de sangrar.   Árabes y Judíos son la muestra más clara y palpable de las comprensiones imitadas y egoístas de los hombres. ¿Cuando será el día en que los niños judíos y los niños árabes puedan jugar a los mismos juegos compartiendo los mismos juguetes, sin que sus padres contaminen sus mentes y sus corazones de un odio que no tiene sentido para aquellos que saben ver hacia el porvenir?.

El día llegará en que los ojos sean abiertos y las madres que han perdido hijos judíos, unan sus lágrimas a las madres que han perdido a sus hijos árabes; y con ese dolor de madre, y con ese derecho que da el saberse víctimas de una guerra sin sentido; eleven juntas sus voces por encima de los gritos de las masas ignorantes que luchan en una guerra ajena heredada de sus mayores y cuyas causas se pierden en la noche de los tiempos.

Y cuando esas madres puedan ser escuchadas hablarán ya no por sus hijos muertos, sino por sus nietos que aun esperan lo mejor de la vida; y en el nombre de ellos proclamarán la paz.

Y veremos si un gobierno es capaz de ignorar las voces de las madres de su propio pueblo.

Y veremos si las armas tienen más poder que las lágrimas de los corazones de aquellos que han sufrido las pérdidas de esas mismas balas; y entonces, sólo entonces, podremos decir que el pueblo ha hablado y que más allá de las etiquetas, los corazones comparten la misma sangre, los mismos panes, el mismo aire y la misma tierra.

Aquí dejaré mis palabras que son como un canto de esperanza para aquellos que aún se encuentran indecisos para actuar.

Que así sea

Mensaje de los Sembradores (de Paz)