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MI BARRIO

Hace unos días sentí el deseo de volver a mi antiguo barrio. Quería ver si había cambiado con el paso de los años o si por el contrario seguía igual. Me apetecía recorrer de nuevo sus viejas calles, recordar un poco aquellos días de mi infancia y primera juventud.

Con un poco de nostalgia observé que aquello ya no era lo mismo. El barrio había cambiado en su estructura: tiendas, bares, locales que mi mente retenía en la memoria ya no estaban, no existían, era como si nunca hubieran estado allí, como si hubiera sido un sueño su existencia. Las gentes que formaban la barriada no tenían nada que ver con la anterior, con la que yo conocí. Antaño había familias numerosas en su mayoría, niños, chavales jugando en las calles, viejecitas vendiendo chucherías... ahora la población la forman básicamente emigrantes solitarios, bohemios, músicos ambulantes, etc. No es que yo tenga prejuicios raciales ni nada parecido, no tengo nada en contra de este tipo de personas. Pero el recuerdo que guardaba de mi barrio, de su gente y de mi vida en él se iba al traste al contemplar el nuevo panorama, esta nueva visión que a mi se me antojaba algo triste. Y sentí nostalgia...

Yo, que de adolescente hubiera dado algo por no vivir en él. Yo, que me enfadaba ante el consabido cotilleo de las vecinas al entrar o salir de casa. Yo, que siempre que podía pasaba mis horas libres lejos de aquél lugar tan familiar y aburrido. Y yo, ahora, viendo como ha cambiado, me doy cuenta de lo poco o nada que valoramos el tiempo presente. 

En aquella época de mi niñez y adolescencia, no pensaba que aquello tenía su encanto, su sabor. Recuerdo cuando pasaba por sus calles de la mano de mi madre para ir ha comprar. Y cómo todos nos saludaban al pasar; el frutero, aprovechaba y ofrecía sus productos del día, el pescadero voceaba: “¡Que fresco lo tengo hoy!”. La viejecita que vendía lotería se empeñaba en besuquearme y eso me “mosqueaba” un montón porque me pinchaba con los pelos del bigote, pero si había algo que me sacara de mis casillas era que mi madre continuamente se parase a charlar con las vecinas. Hablaba con una, andábamos tres pasos y pegaba la hebra con otra, mientras ellas charlaban yo me aburría como una ostra. Lo bueno que tenía ir a hacer la compra con mamá, era que siempre caía algún regalito. Como fui la pequeña de la familia la economía andaba ya algo más desahogada. 

Recuerdo ahora, cuando ha pasado tanto tiempo a mis hermanos jugando conmigo, aquellas tertulias después de cenar. ¡Qué bien lo pasábamos!.

Cuando aun no había llegado la tele a casa (para hacernos callar a todos) en mi casa oíamos programas de radio. ¡Que noches más estupendas escuchando al “Zorro”, a “Matilde, Perico y Periquín”, y tantos otros!...

Aunque yo era muy pequeña lo recuerdo muy bien y al evocarlo soy feliz pues vuelvo a vivirlo.

Ahora ya no oigo la radio por las noches con mis padres y hermanos, tengo mi propia familia, mi vida al igual que la de todos ha cambiado y cambia constantemente. No quiero decir con esto que cualquier tiempo pasado fuese mejor, no. No cambio nada de lo que actualmente tengo.

Soy una persona completa y feliz. Pero al volver a pisar el lugar donde transcurrió una parte muy importante de mi vida no he podido dejar de recordar con un toque de nostalgia aquellos momentos al lado de los míos, en aquel entorno tan castizo de un humilde barrio de Madrid.

Lo que desde estas líneas quiero transmitir, es que la realidad presente es tan valiosa que pasa inadvertida para nosotros la mayoría de las veces. A partir de ahora, voy a intentar valorar y saborear cada instante presente, porque sé que si no lo hago, con el paso del tiempo lo añoraré.

Si el momento actual viene bueno... ¡a disfrutarlo!, si malo...¡a sacar lo que tenga de enseñanza para nosotros!.

Vamos a vivir conscientes, a disfrutar minuto a minuto, de las personas, de los lugares, de las situaciones, de las cosas... disfrutar del presente es estar VIVO. Así, que a vivir y que seáis felices.


Gloria Alonso.