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LOS TAMBORES DE CALANDA

Entre los mitos y costumbres de nuestro folklore popular destaca la “·tamborrada” calandina de Semana Santa, que constituye una curiosa combinación entre manifestación de fe y ritual atávico.

En Calanda, un pequeño pueblo turolense recostado en las estribaciones nororientales del Sistema Ibérico, se produce cada año una de las más peculiares manifestaciones locales del rito religioso de la Semana Santa: la “tamborrada”. No es este el único punto de la geografía del Bajo Aragón donde tiene lugar este acto; al nombre de Calanda hay que añadir los de Alcañiz, Andorra, Híjar, Puebla de Híjar, Caspe, Alcorisa, Albalate del Arzobispo, Samper de Calanda y Urrea de Gaen; todos ellos componen lo que turísticamente se ha venido en llamar “la ruta del tambor y del bombo”. Pero posiblemente sea Calanda el lugar donde nació esta singular forma de expresión popular y donde el latido del tambor resuena con mayores vibraciones. No en vano los calandinos tienen fama de ser los mejores y más resistentes tamborileros del mundo.

En Calanda, la Semana Santa se anuncia ya un mes antes,

Cuando las cuadrillas de mozos van a las afueras del pueblo con los tambores para “hacer muñeca”, preparándose para el gran día en que el pundonor, la fuerza y la técnica de ejecución de los toques cuenta tanto o más que el propio significado cristiano del acto.

La Semana Santa de los tambores se abre en la noche del Jueves Santo con la Procesión de la Antorchas y el Vía Crucis. Las hileras de antorchas, los hábitos morados, el ritmo de los tambores y cornetas marcando el paso lento y vacilante de la procesión, todo contribuye a crear en la medianoche del Jueves una atmósfera mágica, sagrada, preludio de los acontecimientos del día siguiente.

El Viernes Santo, al sonar la última campanada de las doce de la medianoche, se produce “la rompida”, y cientos de tambores y bombos estallan al unísono llenando la Plaza Mayor de sonoras vibraciones. A partir de este momento, las cuadrillas de tamborileros recorren las calles de la población, compitiendo entre sí para arrancar a sus 

tambores los más variados toques. Sin lugar a dudas, esta tradición calandina es una verdadera escuela de tamborileros.

El origen de los tambores de Calanda se remonta al siglo XII. Según una leyenda popular transmitida de padres a hijos y reseñada por el historiador calandino José Repollés, en la primavera de 1127 y mientras los cristianos viejos de Calanda celebraban los actos de la Semana Santa, una horda de musulmanes, procedentes de las cercanas sierras del Maestrazgo, se encaminaron hacia la citada población por la orilla izquierda del río Guadalope. Un pastor vio desde las montañas próximas la polvareda que levantaba a su paso la expedición mora, y dio aviso haciendo sonar el tambor; el aviso fue repetido por varios pastores hasta llegar a oídos de los calandinos, quienes, alertados de este modo del peligro, recogieron sus rebaños y enseres y se refugiaron en el interior de la fortaleza que se levantaba en un cerro contiguo a la población.

La “razzia” musulmana fracasó y cada año, por las fechas de Semana Santa, los pastores conmemoraban la oportunidad de su aviso haciendo sonar sus tambores en las proximidades de Calanda. Según parece, esta costumbre de tocar el tambor continuó hasta 1950, año en que la Orden de Calatrava, que desde su sede en Alcañiz, había extendido su poder por todo el Bajo Aragón, prohibió el acto por considerarlo irrespetuoso, dadas las fechas de celebración. A partir de este momento, los tambores quedaron arrinconados hasta que un nuevo suceso los saco de su mutismo medio siglo después y los incorporó definitivamente a la Semana Santa calandina.

El milagro de Calanda

La noche del 29 de marzo de 1640 tuvo lugar en Calanda el milagro más extraordinario realizado por la Virgen del Pilar: al joven Miguel Juan Pellicer se le restituyó una pierna que le había sido amputada dos años antes. Según cuentan, el muchacho se fue a dormir, agotado tras un día de duro trabajo en el campo, y como cada noche se encomendó a la Virgen del Pilar, de quien era un ferviente devoto. Al cabo de un rato, 

entró su madre a verlo y descubrió que por debajo de la manta asomaban dos pies. Confundida, fue a avisar a su marido y despertaron al muchacho. Entonces comprobaron que le había sido restituida la pierna amputada. Varias señales de cicatrices indicaron a Miguel Pellicer que aquella era “su” pierna, la misma que tenía antes de que se la cortaran; ahora, sin embargo, presentaba una coloración ligeramente amoratada y el pie tenía los dedos encorvados y como muertos; por lo demás, estaba sana y en su sitio. Al enterarse del extraordinario suceso, los vecinos de Calanda sacaron a la calle los tambores y junto con el muchacho y sus padres marcharon en procesión hasta el Humilladero, antigua ermita del Pilar, situada a la entrada del pueblo.

Podemos imaginarnos el revuelo que armó en la comarca tan insólito acontecimiento. Rápidamente, la Iglesia tomó cartas en el asunto, iniciándose un proceso eclesiástico ante el Arzobispo de Zaragoza en el que declararon numerosos testigos, entre ellos los médicos que amputaron la pierna a Miguel Pellicer y el asistente de cirugía que la enterró en el pequeño cementerio del Hospital Real y General de Nuestra Señora de Gracia de Zaragoza, donde se efectuó la intervención quirúrgica –es de señalar que posteriormente al milagro, la pierna fue buscada en el citado cementerio y no se encontró-. También declararon numerosos vecinos de Zaragoza que habían visto a Miguel Pellicer con una pierna de madera, pidiendo limosna a la entrada de la Basílica del Pilar y, naturalmente, los vecinos de Calanda que habían convivido con el muchacho cojo por espacio de más de un año. Finalmente, la Iglesia dictó una sentencia en la que declaraba que a “Miguel Juan Pellicer Blasco, vecino de Calanda, le había sido restituida milagrosamente su pierna derecha, que antes le había sido cortada.

Tanto las ciencias físicas, como la psicología y la parapsicología han venido a dar en nuestros días una explicación más o menos razonada y razonable a toda la serie de milagros incluidos en el acervo cultural de los pueblos más ancestrales y de otros más próximos a nosotros; sin embargo, las singulares características de este “Milagro de Calanda” lo incluyen sin duda alguna dentro de lo que todavía está bajo el epígrafe de inexplicado.